Texto para ir acercándonos a la sesión de trabajo en #thinkcommons
el jueves 21 de marzo a las 19:30.
Alguien dijo esta frase del título en la pasada sesión de #meetcommons dedicada a los #modelos_organizativos. Un mundo que se equilibra de modo natural gracias a no autolimitarnos, a no medir, a disfrutar exponiéndose, desde la vulnerabilidad como valor, como fortaleza, desde el Hamor (con H de ‘dejarse habitar’). Un estado de flujo de relaciones, que se regulan por un mecanismo implícito con ecualizadores de confianza-reciprocidad-reconocimiento. Probablemente sea así de sencillo, pero nos empeñamos en complicarlo.
Este post trata de abrir puertas por las que entrar y salir en este tema de la sostenibilidad en-de la colaboración. Impulsar el debate, poner las tripas encima de la mesa, lanzar una batería rápida de cuestiones, ideas, preocupaciones, experiencias, alrededor de: el equilibrio entre lo productivo y reproductivo, poniendo en el centro de los afectos y los cuidados; el límite (o la combinación) entre lo instituyente y lo instituido, entre la emergencia y lo planificado, entre lo soft y lo hard, entre lo difuso, lo flexible, lo sólido y lo rígido; la explicitación de las expectativas e intereses personales en el proceso colectivo; la necesidad de establecer agendas comunes, sin fagocitar o anular completamente las agendas particulares; la reciprocidad y el equilibrio de capitales, entre todos los distintos agentes implicados a lo largo de todo el desarrollo de los procesos, en toda la cadena de valor; la promoción de redes de apoyo mutuo; la gestión de la complejidad entre los distintos niveles de implicaciones o la acción remunerada vs la militancia; etc.
A continuación trato de organizar algunas ideas, que pudiendo resultar inconexas y algo naifs en su presentación, podrían servirnos para hilar alguna propuesta sobre como buscar la sostenibilidad de los procesos colaborativos:
Sobre quiénes y cómo somos y nuestras formas de hacer
En general dedicamos poco tiempo a hablar, a estar, cuando en realidad, antes de ponerse a colaborar hay que (re)conocerse, porque suele pasar que o no nos conocemos o nos conocemos demasiado. Y para que la colaboración fluya, además de un objetivo común o un interés compartido, hace falta que haya cierta confianza, haberse rozado, conocer especificidades y manías, saber de la experiencia del otro, qué puede aportar cada cual, cómo complementarse y ajustar maneras de hacer.
Hablar claramente sobre las expectativas e intereses
En la misma línea del punto anterior, damos demasiadas cosas por supuesto. Nos da miedo entrar en ciertos temas. No ponemos sobre la mesas los límites, las preocupaciones, los problemas. No somos clar*s con lo que buscamos-pretendemos-necesitamos, con lo que esperamos sea el resultado del fruto de la colaboración. Si al principio exponemos las expectativas e intereses (revisables a lo largo del proceso), todas las personas implicadas podrán saber a qué atenerse, podrán negociar y decidir si quieren implicarse o no en ese proceso en base a las expectativas e intereses del resto, etc.
Cómo queremos trabajar juntas
Por lo general tenemos demasiada prisa por empezar a hacer (a veces hacemos como forma de huir de las conversaciones-acuerdos sobre cómo vamos a hacer, por miedo a no ponernos de acuerdo).
Quizá pueda ser interesante dedicar un tiempo a establecer unas pautas mínimas para el trabajo colaborativo (unas pautas entre unos agentes y para una situación concreta, no necesariamente extrapolables). Pautas como por ejemplo: Comprender en vez de juzgar, Autoregular el discurso y el tono (saber callar y escuchar), Siempre hay varias soluciones, Opinar en modo constructivo, Si lo propones te lo comes, Dedicar un % de tu tiempo a las tareas de l*s otr*s, Realizar lo acordado (no más), Ayuda y déjate ayudar (somos limitadas) o Bajar el nivel de (auto)exigencia.
Esto no debe tener un efecto paralizante o “burocratizante”. No significa que no podamos empezar a colaborar hasta que todo esté claro, porque no necesitamos una constitución completa, sino unos mínimos. Todo lo demás vendrá por el camino.
Gestión y distribución de capitales
Capital financiero, capital relacional, capital simbólico, capital creativo, capital social, capital ambiental… La colaboración consiste en poner en juego los capitales de los agentes implicados para acometer un proyecto común, producir valor y distribuirlo de manera justa.
Esta suele ser una de las cuestiones más complejas a la hora de gestionar la sostenibilidad de las relaciones y los procesos de colaboración, más aún cuando se trata de relaciones fundamentadas en gran medida en lo inmaterial y en el marco del capitalismo cognitivo. Todo un trabalenguas de precarizaciones, sospechas y malentendidos, juegos de poder, interdependencias, que tienen que ver con cuestiones como: qué tipo de tareas producen más o menos valor; qué capital pone (puede poner) en juego cada agente; cómo se impide la captación-acumulación de capital de quienes ya gestionan más capital; como redirigir capitales a procesos que tengan menor capacidad de generarlos (o generar-consumir de manera desequilibrada unos y otros capitales); como descapitalizar ciertas cosas para capitalizar otras o que la capitalización sea más distribuida; cómo equilibrar el valor de los distintos capitales; cómo generar mutualidades y bolsas de recursos-capitales comunes… ¿Estamos dispuest*s a poner en riesgo nuestros capitales, a descapitalizarnos para tratar de colectivamente generar otros sistemas de producción de valor y flujo de capital más justos y distribuidos?
Niveles de implicación, compromisos, derechos y deberes
Tendemos a pensar que lo justo es que todo el mundo tenga el mismo nivel de implicación, compromiso, derechos y deberes. Esto es así, porque además de que probablemente tenemos una noción de justicia demasiado simple, nos da miedo o no controlamos la gestión de la complejidad, la diversidad, la heterogeneidad. Así, tratamos de forzar la realidad para que todo sea igual para tod*s, para lo que nos (auto)regulamos, exigimos a los demás que se comporten como nosotr*s (algo que no quieren o no pueden hacer) y terminamos creando situaciones que terminan siendo mucho más problemáticas y conflictivas. Si un proceso de colaboración no es capaz de recoger la multiplicidad de condiciones de quienes están implicad*s en él, no sólo probablemente tenderá a fracturarse, sino que además, no estará desarrollando toda su potencialidad y estará desperdiciando muchos recursos y energías disponibles, así como no dando cabida a otras posibilidades que se abren sólo si los sistemas son capaces de funcionar poniendo en valor la diversidad.
Cuidarnos entre nosotras por encima (y como forma) de cuidar el proceso
En general nos dejamos arrastrar por los procesos, nos supeditamos a ellos, los objetivos nos marcan los ritmos en vez de que suceda lo contrario. Esto tiene como resultado que no nos cuidamos un*s a otr*s sino que nos pedimos eficacia, dejando en un segundo plano lo emocional, lo afectivo. No hablamos sobre cómo nos encontramos, dejamos al margen lo personal, lo reproductivo queda reducido a un plano instrumental para que siga desarrollándose de manera sostenible lo productivo. Es difícil dar la vuelta a la tortilla porque estamos inmersas en un sistema que nos ha educado en lo contrario y sigue reforzando esa idea continuamente, pero tenemos que escapar de esa lógica, desde las micropolíticas, interiorizando eso de que lo personal es político. Para eso es necesario un proceso de reprogramación, de deconstrucción personal y colectiva, un cambio de prioridades y valores, que por lo general sólo adoptamos de manera forzada (debido a una enfermedad, un accidente, algo que afecta a nuestro entorno más cercano, etc).
Para tirar del hilo
Termino aportando un poco de rigor a este batiburrillo, con algunas referencias que pueden ser de utilidad para afrontar el tema que nos toca:
- Los principios de la permacultura basados en el cuidado de la tierra y de las personas y en el reparto justo de excedentes a partir de procesos que se retroalimentan unos a otros.
- Sobre fundamentos e indicadores con los que establecer pautas de relaciones, pueden resultar muy útiles la Carta de la Economía Solidaria y la Matriz de la Economía del Bien Común.
- Desde la economía feminista un texto muy recomendable: De vidas vivibles y producción imposible de Amaia Pérez de Orozco, recogido junto a otros interesante materiales relacionados en el II Encuentro de decrecimiento y ciudades en transición, celebrado en Gasteiz en octubre de 2012.
- Un cambio de reglas para pasar de la cooperación forzada a la cooperación libre: Todas las reglas pueden cambiarse, Tu pones los límites, Nadie es imprescindible y tod*s somos necesari*s.
Y eso sí, como podría decir SuperRatón “No olviden explorar sin ansiedad, desapegarse del resultado y sobre todo, DISFRUTAR!!”.
3 respuestas a «Dar lo mejor de una misma y recibir lo que una necesita»